UN DÍA EN LA VIDA DEL CADETE :

En las instalaciones del Colegio Militar Leoncio Prado el reloj marca las 5.30 de la mañana. No hay ningún sonido, apenas el murmullo de las olas y un tenue olor a mar que recuerdan que nos encontramos en lo alto de un acantilado.

Por la calma, pareciera que todos duermen pero, en medio de la penumbra, el “corneta” se desplaza cual reloj despertador por las distintas cuadras. Poco a poco van encendiéndose las luces de los dormitorios.

Los cadetes, soñolientos, salen en pijama hacia los baños para asearse y otros acomodan sus camas. No falta uno que, como en "La ciudad y los perros", se queda dando vueltas sobre su cama mientras insulta al anónimo “corneta”, quien con las notas del instrumento musical le interrumpe el sueño.

A esa hora, además, se producen los cambios de los “imaginarias” –guardias de seguridad de cada cuadra– para quienes la jornada es al revés, ya que ellos ingresan en sus dormitorios para recuperarse de la vigilia de la noche anterior.
Mientras el alba hace su aparición la instalación en su conjunto va adquiriendo su dinámica diaria no sólo por la presencia de los cadetes, sino también por la llegada del personal civil que allí labora.

Los jóvenes aparecen rápidamente en el patio y cumplen con el diario ritual de la formación antes del “rancho”. Están en posición de firmes, ordenados uno detrás de otro con una precisión casi matemática. Todos visten uniformes verde caqui, boinas color beige y cargan sus maletines negros.

La diana sonó hace una hora y no obstante haberse sometido al baño de rigor con agua fría, algunos siguen bostezando y restregándose los ojos. Son los cadetes del tercer año que aún no se acostumbran a los horarios y la disciplina militar.

Jornada de estudio. La jornada educativa en este colegio, ubicado en el distrito de La Perla, se inicia a las 8 de la mañana. Después del desayuno, los cadetes se dirigen a sus pabellones para cumplir con el programa educativo y recibir enseñanzas de carácter militar, ya que el objetivo principal es capacitarlos, especialmente, para seguir estudios en los institutos castrenses.

A lo largo de la mañana, los jóvenes tienen dos descansos breves de 15 minutos, tiempo que emplean en comunicarse con sus familiares mediante los teléfonos públicos instalados en el internado.

Luego del “rancho” del mediodía y de la siesta de 15 minutos, los alumnos siguen con un estricto régimen que incluye la revisión de todos los roperos en las cuadras para comprobar el orden y la disciplina.

Posteriormente, los estudiantes participan en talleres académicos, artísticos o deportivos hasta que llega la “hora del cadete”, el único momento cuando se encuentran completamente libres.

Durante el día, los alumnos ocupan su tiempo entre los laboratorios de estudio, la práctica de la natación en la piscina o de diversos deportes en el estadio y el gimnasio, además de otras actividades en el auditorio, la peluquería y el casino, que regularmente es el punto de concentración en horario nocturno.

La jornada avanza rápidamente hasta el anochecer porque, como dijo un “centinela”, en el colegio no hay tiempo muerto, todas las actividades están cronometradas de tal forma que el joven cadete siempre está ocupado.

A las 10 de la noche, el “corneta” regresa a la escena para tocar el “silencio”, que indica a todos que deben apagar las luces y dormir porque el día llegó a su fin. 

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FUENTE : Diario "El Peruano" (Domingo 26 de Agosto del 2001)